martes, 25 de mayo de 2010

PICARESCA


Ramón Pérez de Ayala fue un excelente novelista, ensayista y crítico teatral. Ello sin excluir que políticamente se comportara como un auténtico cerdo con aquella República que tanto lo reconoció y que él contribuyó a alumbrar. Un cagón, como diría el otro Ayala, Francisco, de su paisano, el también ameno y brillante Melchor Fernández Almagro.


Tropezaba yo la pasada semana con uno de sus ensayos, incluido en “Las Máscaras”, donde el ilustre ovetense se entretenía un poco dilucidando el origen de nuestra picaresca. Tras recordar que Nietzsche consideraba a Séneca “el torero de la virtud”, explicaba cómo el estoico cordobés había hecho un quiebro taurino al menos a uno de los dos principios esenciales del estoicismo, a saber: la práctica de la virtud y la serenidad ante las adversidades. Séneca, que predicaba la virtud, en realidad se burlaba de ella y vivía como un sibarita.


La picaresca española, escribe Pérez de Ayala, es la historia anecdótica del estoicismo senequista en acción y ello conduce no sólo a la insensibilidad y entereza respecto a las propias adversidades, sino también a la dureza y a la burla de las adversidades ajenas.


Se explica, así, que sólo el 4% de los declarantes del IRPF admita ingresar más de 60.000 euros al año y que la mayoría de empresarios de este país no pasen de mileuristas. Sólo así, que el Gobernador del Banco de España se niegue a declarar sobre sus ingresos en la situación en la que estamos, alegando no se qué coño de la tradición.


Así se explica que la mayoría de ciudadanos que no son funcionarios se alegren de la bajada de sueldo de los funcionarios y que los sindicatos de hoy en día, y lamentablemente, representan sobre todo funcionarios, sólo reaccionen cuando se tocan, precisamente, los ingresos de estos colectivos, cuando llevamos meses y meses de incremento del paro y recortes salariales.


La empatía y la solidaridad están reñidas con la picaresca y aquí no parece ir quedando mas que insensibilidad y zorrería, mientras se nos saltan las lágrimas tocando el manto de la virgen en cualquier romería alcohólica.

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