martes, 23 de marzo de 2010

DEMOCRACIA


Desde que las revoluciones liberales, en la transición de los siglos XVIII y XIX, acabaron más o menos con los regímenes absolutos, los conservadores de todas las clases no han dejado de poner obstáculos cada vez más imaginativos a los avances de la verdadera democracia.


Si primero fueron trucos como considerar que cada tres o cuatro negros equivalían a un blanco para calcular la representación, pronto pensaron que sólo los que pagaban impuestos podían tener derecho al voto, reduciendo así el censo electoral a sólo un dos o tres por ciento de la población. Como la cosa necesitaba teoría parieron aquel engendro del liberalismo doctrinario y la soberanía compartida, donde los monarcas representaban una suerte de “soberanía histórica” por obra y gracia de sus gónadas.


Cuando no tuvieron bastante con el fraude electoral, el encasillado gubernamental y la compra de votos peroraron contra la “dictadura de la ignorancia” y D. Antonio Maura se inventó el famoso artículo 29 que hacía hasta innecesarias las votaciones.


No parecía suficiente y enseguida pusieron al día la representación corporativa, suerte de falsedad que decía atender a los intereses, clases e instituciones para formar la “verdadera” opinión y que, entre nosotros, tendría culminación en la farsa de la representación a partir de la familia, el municipio y el sindicato. Como decía Mussolini era “el traje que había que vestir en la “soiree” internacional”.


Pero murió el dictador y llegó la democracia… La UCD, como heredera del franquismo, se diseñó una Ley Electoral para poder obtener más del 50% de los escaños con sólo el 36 ó 37% de los votos y, tras la Constitución, la constante amenaza de golpe militar hizo que prácticamente permaneciera invariable la normativa electoral fijada por Decreto Ley en 1977.


Cuando los socialistas alcanzan el poder en 1982, Felipotan descubre las ventajas de las alianzas militares y de una normativa electoral que claramente le favorece y la LOREG de 1985 mantiene inalterable las principales disposiciones.


Resulta así que en las últimas elecciones a Izquierda Unida cada Diputado le costó 484.395 votos, mientras al PSOE le costó 66.797 y al PP 66.739. Si al PSOE y al PP cada escaño le hubiera costado los mismos votos que a Izquierda Unida habrían obtenido 23 y 21 escaños respectivamente, en vez de 169 y 154.


La negativa en el Congreso a reformar la Ley Electoral para adecuarla al criterio de la realidad proporcional demuestra lo que verdaderamente son estas oligarquías, aun cuando se les llene la boca de la palabra democracia. Podrán ser socialistas, populares, nacionalistas o lagarteranos, podrán ser abortistas o antiabortistas, homofóbicos o liberales, pero cada vez me parece más que lo que no son es demócratas.

1 comentario:

Trecce dijo...

Se ha sustituído democracia por partitocracia, pero en esa partitocracia sólo entran algunos, los pequeños lo tienen mal, tenemos un sistema que deja mucho que desear para ser auténticamente representativo.