martes, 2 de diciembre de 2008

EL CIELO DE GRAMSCI



Tengo yo un amigo y compañero de trabajo, Carlos Fernández Iglesias se llama, zamorano de pro, que, cuando me escucha maldecir lo desagradable que se pone esta ciudad en las incomprensibles fiestas de Semana Santa, siempre me dice, como Pedro Crespo: “Yo fío en Dios que habré de verte en otro puesto” y me augura que terminaré acompañándole, vestido de penitente, en las salidas de su cofradía (no sé si la Vera Cruz u otra de las que pueblan nuestra geografía).

Me he acordado de él este fin de semana cuando leía en El País del viernes 28 que un arzobispo sardo, llamado Luigi de Magistris, en la presentación del nuevo Catálogo de Santos y Estampitas (no es coña, aclaraba el periodista), ha desvelado que Antonio Gramsci, su paisano, fundador del Partido Comunista de Italia, y uno de los más grandes pensadores marxistas de todos los tiempos, se convirtió al catolicismo poco antes de su muerte debido a su devoción a Santa Teresita del Niño Jesús.

Que el presidente de la Fundación Gramsci lo haya desmentido contundentemente no ha afectado para nada al arzobispo devoto de las estampas, como no afectó en su día al agustino Félix García el que toda la familia de Ortega le desmintiera cuando dio una versión semejante de la muerte del filósofo.

Lo que más gracia me hizo del articulista de El país fue que terminase atribuyendo a la divina providencia la supuesta conversión del ogro comunista, obra de un Dios que, aburrido de los creyentes patriotas que poblaban el cielo, decidiera llevarse al inteligente Antonio Gramsci a discutir con él la noción de hegemonía cultural y otras cuestiones.

Yo que, como otros, a veces he imaginado el paraíso bajo la forma de una biblioteca, he envidiado unos cielos así: una biblioteca viviente donde poder discutir con Gramsci, con Lukacs, con Althusser o con Rosa Luxemburgo; y para poder hacerlo en mi idioma, y porque no todos han de ser marxistas, con Puente Ojea, Rafael Sánchez Ferlosio o Agustín García Calvo.

Así que no desesperes, Carlos, que todo es posible,

y el jueves santo saldré
llevando un cirio en la mano
como Don Guido –aquel trueno-
vestido de nazareno.

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