martes, 8 de febrero de 2011

LA PLAZA DEL ALCALDE


La noticia es del jueves pasado, pero yo la he conocido ayer escuchando la radio: el alcalde de Fermoselle, que lo es desde 1992 y siempre por el Partido Popular, Manuel Luelmo, ha decidido renombrar la plaza mayor de su pueblo dándole nada menos que su propio nombre: Hasta este año, y recuerdo a los oyentes que estamos en 2011 y tenemos una Constitución que se dice democrática desde 1978, las calles principales del pueblo conservaban los nombres de Francisco Franco, Calvo Sotelo, Primo de Rivera o Sanjurjo.


En un prodigio de modernidad democrática, el Sr. Alcalde ha decidido, finalmente, cambiar estos nombres, pero ha pensado que nadie mejor para sustituirlos que los propios alcaldes que han ido pasando por tan importante cargo, incluyendo cuatro del franquismo, aunque mucho me temo que, aunque elegidos, franquistas han continuado siendo casi todos, pues parece ser que uno que no lo era, sólo duró en el cargo 15 meses.


Esto si que es memoria histórica de la buena… ¿No queríais caldo? ¡pues tomad tres tazas! Y la plaza mayor para mí, que para eso vivo en ella.


A Fermoselle hace algunos años que no voy: recuerdo del pueblo sus calles en cuesta con larguísimas numeraciones estilo calle Alcalá o Bravo Murillo y las numerosas placas que recordaban las donaciones en memoria de una tal Conchita Regojo, cuya familia parece ser que hizo mucho dinero surtiendo de vestuario al ejército franquista durante nuestra guerra civil.


También he recordado el caso de “soberanía popular” que Unamuno cuanta a propósito de Fermoselle, en su libro “Mi vida y otros recuerdos personales”. Habla D. Miguel de “el Doroteo”, un fermosellano que emigró a Argentina, donde, al parecer, oyó hablar con admiración de aventureros como Juan Moreira o Pastor Luna, héroes del gauchaje, y optó por convertirse, al regresar a su pueblo, en matón y valiente profesional.


Andaba, a su regreso, revuelto el pueblo por unos arriendos de consumos con que unos cuantos ricachos agobiaban a sus paisanos. Los consumeros emplearon al Doroteo para cobrar sus recibos y en poco tiempo acabó convirtiéndose en una especie de sheriff con mando absoluto en los destinos del pueblo: detenía, castigaba y cometía toda clase de abusos que las autoridades amparaban.


La cosa llegó hasta el jueves del Corpus de 1901, cuando pretendió parar un baile en la plaza y un vecino le hizo frente: el valentón se arrugó y arrojó la navaja mientras se retiraba para acudir al revolver. Entonces el pueblo reaccionó, persiguió al Doroteo, cercaron la casa donde se escondía y sólo lo dejaron cuando yacía moribundo en una de las habitaciones. “Y es así –dice Unamuno- como fue cazado y linchado el Doroteo en Fermoselle, el día del Corpus”.


No creo yo que haya que llegar a tanto… Pero una buena patada de los follacos –que así se suele llamar también a los de Fermoselle- en algunas asentaderas municipales, simplemente metiendo el voto en la urna el próximo mes de mayo, me parece un acto de higiene democrática.

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