martes, 18 de enero de 2011

ELOGIO DEL PIRATA


Ayer, por fin, me llegó mi último regalo de navidades. Este me lo he hecho yo solito: desconfiando, a la vista de la información de la red, de las bondades del comercio justo y autóctono que promueve AZECO, y ayudado por manos más expertas y políglotas, decidí comparar por Internet y en el centro del Imperio, un lector de libros electrónicos. Como elegí mal la fecha –las puñeteras navidades- el aparato ha tardado más de un mes en llegarme, pero, por fin, ayer, un diligente empleado de una compañía de transportes internacionales, puso en mis manos el invento.


Yo soy decididamente torpe en esto de las nuevas tecnologías –sólo dispongo, a veces, de un teléfono móvil que pone a mi disposición la Junta para las guardias de la Inspección de Trabajo y cuando manejo un teclado tengo que buscar las letras una a una…- pero la demora en la entrega, me ha permitido, en este mes largo, irme descargando de la red multitud de libros raros, artículos de revistas electrónicas y un sinnúmero de cosas que me tienen anonadado.


No puedo decir, como Dorio de Gadex, que nunca leo a mis contemporáneos, pero Tedy Bautista y la Sra. Sinde pueden estar tranquilos respecto a los sacrosantos derechos de autor: jamás descargaré libros de Fernando Savater, Javier Marías o Elvirita Lindo, mientras pueda bajarme las “Vidas Paralelas” de Plutarco o la “Poética” de Luzán completa.


En el tomo 2 de las “Poesías” de Menéndez Pelayo, que me he descargado de la Biblioteca Cervantes Virtual, encuentro una epístola, dirigida a sus amigos de Santander con motivo de haberle regalado la “Biblioteca graeca” de Fermín Didot. Don Marcelino empieza comentando su llegada, como yo la de mi regalo:


“Al fin llegaron… desde el turbio Sena
que la varia y gentil ciudad divide…”


para decir, unos versos más adelante, cómo se siente:


“Tal siento palpitar eterna vida
entre las muertas hojas de estos libros,
del tiempo y la barbarie vencedores,
que ahora vuestra amistad pone en mi mano”


Hecho el oído al endecasílabo, me he atrevido a añadirle tres versos:


“Pues tal me siento yo, hackers amigos
que colgáis en la red cosas tan varias
que no bastan diez vidas para verlas…”


Sólo me queda citar, una última vez, a D. Marcelino y a mi padre:


“Que pena morirme cuando aun me queda tanto por leer”

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