martes, 5 de octubre de 2010

TRINIÁ


“Triniá, mi Triniá
la de la trenza morá
carita de nazarena
con la Virgen Macarena
yo te tengo compará.
Algo tu vida envenena
qué tienes en la mirá
que no me pareces buena
Triniá, ay Trini, ay Trini, mi Triniá.”

Desde el domingo por la noche no me quito esta copla de la cabeza.


Es evidente que la rubia ministra de Sanidad no tiene la trenza morada, ni ese misterio en los ojos que atemoriza a los pintores de las mujeres fatales, pero, ¿Qué quieren ustedes?, la libre asociación es así de irracional y llevo casi dos días tarareando inconscientemente la cancioncilla.


Les digo esto porque a mí el triunfo de Tomás Gómez sobre Trinidad Jiménez en las primarias de Madrid me ha dejado completamente frío. Lo decía la semana pasada Francisco Bustelo en “El País”: hubiera sido preciso saber si alguno de los candidatos se situaba en el ala izquierda del PSOE, en el centro o en el sector más liberal y derechista. Se debiera haber conocido la postura ideológica de los contendientes respecto a los muchos problemas que afectan al difícil futuro de la mayoría de ciudadanos. Pero nada de esto se ha producido en el circo mediático montado alrededor del acontecimiento.


La pugna ha sido puramente personal entre dos ambiciones, cruzadas por los recelos, envidias, zancadillas y pequeños rencores entre los miembros de un aparato anquilosado por las jerarquías burocráticas de quienes hacen una profesión de la inquietud política de la ciudadanía. Democracia de imagen, ni siquiera imagen de democracia.


No es que yo pretenda que, a estas alturas, vuelvan a liarse a puñetazos, como hicieron Luís Araquistain y Julián Zugazagoitia el día de la elección de D. Manuel Azaña como presidente de la República, pero entonces ser socialista y defender una determinada política, quería decir algo. Desde luego, Gómez y Jiménez no son Indalecio Prieto, ni Margarita Nelken. Y da pena: a mí me da pena.

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