martes, 16 de febrero de 2010

DREYFUS Y GARZON


Hoy quiero recordar a los oyentes un asunto que conmocionó a Francia y, por sus repercusiones, prácticamente al mundo entero, en los años finales del siglo XIX y los primeros del XX. Me refiero al “affaire Dreyfus”, al caso Dreyfus.


Corría el año 1894 y Francia vivía su tercera República. Un oscuro oficial, de origen judío y alsaciano, el capitán Dreyfus, era condenado a cadena perpetua que debía cumplir en la tenebrosa Isla del Diablo, una de las peores colonias penitenciarias del mundo, por un supuesto delito de espionaje a favor de los alemanes.


Resultaba, sin embargo, que el capitán era inocente y que el consejo de guerra, celebrado a puerta cerrada, se había amañado por los prejuicios ideológicos de un ejército, profundamente conservador y antisemita, que no soportaba en sus filas a oficiales judíos.


Cuando se descubrió al verdadero traidor el ejército no quiso rectificar sus planteamientos y siguió manteniendo la culpabilidad de Dreyfus. La valiente insistencia, primero de unos pocos partidarios, se terminó convirtiendo en un verdadero clamor, cuando a la campaña pidiendo la revisión del proceso se sumara el gran novelista Emilio Zola, que también fue condenado por ello, y, tras él, un gran número de intelectuales y políticos de izquierda. Ser dreyfusista o antidreyfusista, polarizo la sociedad francesa, y con ella la europea y la mundial, entre liberales, republicanos, socialistas y progresistas defensores de los derechos humanos por un lado y reaccionarios, monárquicos, antisemitas y clericales por otro.


Incluso en España, a pesar de estar inmersos en nuestro propio desastre colonial, el “affaire Dreyfus” tuvo grandes repercusiones, como acreditan los libros de Jesús Jareño o Encarnación Medina.


Dreyfus, sin embargo, no era un hombre simpático “Rígido, silencioso, frío y correcto hasta la exageración, carecía de amigos, opiniones o sentimientos apreciables”, dice de él la historiadora Bárbara Tuchman. Anatole France, que tanto lo apoyó con su novela “La isla de los pingüinos” decía de Dreyfus que “era igual que los oficiales que le condenaban. En lugar de ellos también se hubiera condenado a sí mismo”. Y Jean Jaurés tuvo que escribir: “Ya no es un burgués, ni un oficial del Ejército (…) sólo es un testigo viviente de los crímenes de la autoridad (…) Es nada menos que la misma humanidad”


Si traigo a colación el caso Dreyfus es porque la que se está montando con el juez Baltasar Garzón lleva camino de convertirse en otro asunto de índole mundial. A mí no me es particularmente simpático Garzón. Pero, como decía Isaac Rosa el pasado domingo en “Público”, “es el momento de olvidar el personaje y apoyar a Garzón a pesar de Garzón, o, más bien, sin Garzón”. Como ven, pues, garzonista: como hubiera sido, hace ya más de un siglo, combativamente dreyfusista.

No hay comentarios: