Yo no sé si los oyentes recuerdan una vieja canción de Ángel Parra que se titulaba “Los embajadores”. Tenía una letra curiosa:
Las embajadas son como espadas
que están clavadas en la ciudad.
Tienen jardines que son mononos
y secretarios que como monos
cortan el pasto de la mansión.
Seguían en el mismo estilo varias estrofas, alguna de las cuales todavía recuerdo:
Estos palacios están muy lacios,
nadie respeta la tradición
de caballeros muy bien planchados
y perfumados que meten goles a mi nación.
Y terminaba:
Por fin señores, las embajadas
cada cinco años en Washington
reciben pagos por los servicios
que le han prestado a esa nación.
La canción me ha venido a la memoria con las últimas revelaciones de Wikileaks: de los famosos 250.000 documentos obtenidos, 3620 son de la Embajada Estadounidense en Madrid y de ellos 103 son secretos y 898 confidenciales y demuestran que los tres embajadores de los últimos 6 años se han dedicado a presionar, cuando no a espiar, a todo quisque en este país, desde el Rey, Zapatero, Rajoy, González o Aznar, hasta ministros, jueces, fiscales, empresarios y representantes de todas las instituciones del estado. Mientras aquí nos rompemos la cara por un trocito de soberanía y por una transferencia de más o de menos, con el “amigo americano” somos mucho más condescendientes y el patriotismo, constitucional o no, se vuelve “wash and wear” como las camisas.
El señor embajador amenaza con perder la paciencia y aquí se achanta hasta el gato. Desde luego, calientan poco las brasas de Numancia y a Viriato se le arruga hasta el pomo de la espada.
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