Los filósofos posmodernos suelen rechazar el concepto de verdad y sustituirlo por una multitud de perspectivas, o, como está de moda decirlo hoy, por “una multitud de narrativas”, y no sólo en la literatura, sino también en la política, la religión, la ciencia… y, ¿por qué no? incluso en las tecnologías de la construcción.
Richard Rorty, intelectual progresista-izquierdo-liberal, sostiene que la dimensión fundamental de un ser humano es su capacidad de sufrir, de experimentar dolor y humillación y, por consiguiente, desde que los humanos somos animales simbólicos, el derecho fundamental es el derecho a narrar la experiencia propia del sufrimiento y la humillación. La última meta de la ética sería garantizar el espacio neutro en que esta multitud de narrativas puedan coexistir apaciblemente.
Si esto fuera así no habría por que no admitir la narrativa del concejal Feliciano Fernández y su cuento sobre la melancolía o la fatiga del asfalto: el asfalto está triste, apesadumbrado, mustio, elegiaco, dolido, compungido y hasta deshabitado… Y el Ayuntamiento y los medios no serían sino ese espacio neutro donde coexisten las narrativas de los técnicos, del concejal y de Paco Guarido y los dolientes ciudadanos que sufren a su vez por la tomadura de pelo del cansancio asfáltico.
Pero no es así, además de las narrativas y las perspectivas, existe la verdad de los compromisos contraídos con las constructoras, la verdad del clientelismo y la verdad del despilfarro con el dinero de todos.
El asfalto puede estar fatigado: hasta el mismísimo coño diría yo. Harto.
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