En un artículo de Umberto Eco aparecido este domingo en el diario Público, el ilustre polígrafo italiano se preguntaba por qué los occidentales –incluida en primera línea Dª Carla Bruni- nos horrorizamos ante el anuncio de la posible lapidación de una mujer iraní y somos insensibles a las muchas ejecuciones legales que se realizan en Estados Unidos. Concluye Eco diciendo que a veces piensa, con Cioran, que la creación del mundo se le escapó a Dios de las manos y quedó a cargo de un demiurgo chapucero, torpe y borracho: habría que reformular el quinto mandamiento que ya no sería un “no matarás”, a secas, sino un “no matarás, sin permiso”.
Yo pienso que esta insensibilidad no obedece sólo a la distancia y al aislamiento del insensible, como en aquel conocido experimento psicológico en que se pedía a un sujeto que torturara a otro haciendo girar un reóstato con el que aplicaba supuestas corrientes eléctricas: si se veía y oía al torturado, una persona normal sólo era capaz de una pequeña dosis de dolor; si solamente se le oía, pero no se le veía, las dosis aumentaban notablemente y llegaban al máximo si, a pesar de saber lo que estaba haciendo, no se podía ver ni oír al sujeto pasivo del experimento. No es sólo un problema de distancia y aislamiento, porque hoy día los Estados Unidos e Irán están tan cerca de nosotros como cualquier otra parte del mundo.
El problema es la manera como comunican loas horrores quienes tienen el poder, el inmenso poder, de llegar a nosotros cada día creando eso que llaman opinión. Por eso, las revelaciones de los cerca de 40.000 documentos que constituyen los llamados “Papeles de Irak” han preocupado tanto a los autores del horror, aunque inmediatamente hayan aparecido periodistas que digan que ya se sabe que esas cosas ocurren en todas las guerras.
Yo pienso que esta insensibilidad no obedece sólo a la distancia y al aislamiento del insensible, como en aquel conocido experimento psicológico en que se pedía a un sujeto que torturara a otro haciendo girar un reóstato con el que aplicaba supuestas corrientes eléctricas: si se veía y oía al torturado, una persona normal sólo era capaz de una pequeña dosis de dolor; si solamente se le oía, pero no se le veía, las dosis aumentaban notablemente y llegaban al máximo si, a pesar de saber lo que estaba haciendo, no se podía ver ni oír al sujeto pasivo del experimento. No es sólo un problema de distancia y aislamiento, porque hoy día los Estados Unidos e Irán están tan cerca de nosotros como cualquier otra parte del mundo.
El problema es la manera como comunican loas horrores quienes tienen el poder, el inmenso poder, de llegar a nosotros cada día creando eso que llaman opinión. Por eso, las revelaciones de los cerca de 40.000 documentos que constituyen los llamados “Papeles de Irak” han preocupado tanto a los autores del horror, aunque inmediatamente hayan aparecido periodistas que digan que ya se sabe que esas cosas ocurren en todas las guerras.
Mientras los autores y los cómplices de las matanzas, las torturas y los asesinatos se dan golpes de pecho cada domingo y claman contra el terrorismo, terrorismo, terrorismo –no olvidemos que la guerra de Irak la inició una coalición encabezada por el trío de las Azores- la civilizada Europa no tiene respuesta alguna para esa barbarie. Eso sí, no se apean de la puta moralina cuando se trata de mantener la llamada “postura común” frente a Cuba. ¡Qué repugnante hipocresía!
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