Mi tía Pilar, que en paz descanse, tenía un carácter bravo. Se peleaba amargamente con los taxistas franquistas de Madrid –especie que, desgraciadamente, proliferaba- y sostenía que los duros le quemaban las manos por la parte de la cara de Franco. No es nada raro: su primer marido murió en las cárceles del Caudillo, dejándola sola con dos hijos.
Uno de sus últimos rasgos de mal humor lo protagonizó en el Ruber Internacional, donde los médicos, compañeros de su hijo, contemplaron, asombrados, como se sacaba la dentadura postiza de la boca y se la arrojaba con todo el desprecio y la mala leche de sus mas de 80 años.
A mi tía Pilar me ha recordado el periodista irakí de los zapatazos. Tampoco he podido evitar evocar aquella vieja canción de Carlos Puebla:
“Los yanquis tienen aviones,
metralletas y fusiles
y generales por miles
pero no tienen corazones.
Los vietnamitas son pequeñitos,
son pequeñitos, si,
pero con unos corazones
así de grandes, así.”
Uno no ha estado nunca muy cerca del poder, pero ha experimentado la humillación de casi desnudarse en un aeropuerto o de tener que dejar consignado en la puerta de un juzgado, junto al detector de marras, el atacador de la pipa, porque el vigilante de turno debía pensar que podía sacarle un ojo a su señoría, con la cucharilla de tan inocente aparato. Imagino, pues, los controles necesarios para aproximarse al Presidente Bush: no importa, nos quedan los zapatos y, si el asco es suficiente, el vómito.
El otro día Doña Esperanza Aguirre y de las JONS decía que le parecían cursis los eslóganes de mayo del 68, especialmente aquel que indicaba que bajo los adoquines había arena de playa. No entendió nada: lo importante no es que debajo esté la arena de playa o de las minas del rey Salomón. Lo importante es el adoquín… o el zapato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario