martes, 25 de enero de 2011

ORDENANZA DE RESIDUOS


Marichu me dice que mis comentarios parecen, a veces, lecciones de Historia. No es raro, se trata de mi verdadera vocación y ahora que ya voy para viejo, es conveniente, en este y otros ámbitos, procurar hacer siempre lo que más le complace a uno. No obstante, y aunque no siempre lo consiga, procuro no despegarme mucho de “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua”, ya saben, de lo que pasa en la calle.


Hoy quería yo hablarles del duque de Sesto, un atildado aristócrata famoso por sus amoríos y alcahueterías en el último tercio del siglo XIX: tuvo añores con las dos famosas hijas de Doña María Manuela a las que, según un conocido cuplé que cantaba Concha Piquer, solicitaban todos los majos de Granada. Pero, como decía su madre:


“Paca ha de llamarse Duquesa de Alaba
y Eugenia señora de un Emperador”


Efectivamente, Doña Francisca de Guzmán y Portocarrero sería duquesa de ese título y Eugenia se casó con Napoleón III después de haberse intentado suicidar por el duque de Sesto, bebiendo una poción de fósforo.


Como alcahuete se hizo notable por proporcionarle a Alfonso XII varias de sus queridas, como las cantantes de ópera Adela Bor-ghi o Elena Sanz, intentando comprometer a su propia hijastra, María de Morny, en amoríos con el rey. La cosa llegó a tanto que la reina María Cristina llegó a abofetear en público al rijosillo duque.


Si traigo a colación al señor duque, es porque ayer leí en la prensa que la nueva Ordenanza de residuos de nuestro venerando Ayuntamiento establece fuertes sanciones por escupir, orinar, sacudir alfombras o tirar colillas en la calle, además de prohibir arrojar octavillas o hacer pintadas.


Inmediatamente me vino a la memoria una anécdota del duque de Sesto cuando fue alcalde de Madrid, nombrado por O´Donnell en 1858. Como un día se mojara sus lindos zapatos en lo que le pareció una micción de algún vecino desaprensivo, dictó un bando, con multa de 20 pesetas de la época, para quienes utilizasen la calle en tales menesteres. La musa popular replicó de inmediato:


“¿Cuatro duros por mear?
¡Caramba, que caro es esto!
¿Cuánto lleva por cagar
el señor duque de Sesto?


En Zamora nos está haciendo falta un buen rapero…

martes, 18 de enero de 2011

ELOGIO DEL PIRATA


Ayer, por fin, me llegó mi último regalo de navidades. Este me lo he hecho yo solito: desconfiando, a la vista de la información de la red, de las bondades del comercio justo y autóctono que promueve AZECO, y ayudado por manos más expertas y políglotas, decidí comparar por Internet y en el centro del Imperio, un lector de libros electrónicos. Como elegí mal la fecha –las puñeteras navidades- el aparato ha tardado más de un mes en llegarme, pero, por fin, ayer, un diligente empleado de una compañía de transportes internacionales, puso en mis manos el invento.


Yo soy decididamente torpe en esto de las nuevas tecnologías –sólo dispongo, a veces, de un teléfono móvil que pone a mi disposición la Junta para las guardias de la Inspección de Trabajo y cuando manejo un teclado tengo que buscar las letras una a una…- pero la demora en la entrega, me ha permitido, en este mes largo, irme descargando de la red multitud de libros raros, artículos de revistas electrónicas y un sinnúmero de cosas que me tienen anonadado.


No puedo decir, como Dorio de Gadex, que nunca leo a mis contemporáneos, pero Tedy Bautista y la Sra. Sinde pueden estar tranquilos respecto a los sacrosantos derechos de autor: jamás descargaré libros de Fernando Savater, Javier Marías o Elvirita Lindo, mientras pueda bajarme las “Vidas Paralelas” de Plutarco o la “Poética” de Luzán completa.


En el tomo 2 de las “Poesías” de Menéndez Pelayo, que me he descargado de la Biblioteca Cervantes Virtual, encuentro una epístola, dirigida a sus amigos de Santander con motivo de haberle regalado la “Biblioteca graeca” de Fermín Didot. Don Marcelino empieza comentando su llegada, como yo la de mi regalo:


“Al fin llegaron… desde el turbio Sena
que la varia y gentil ciudad divide…”


para decir, unos versos más adelante, cómo se siente:


“Tal siento palpitar eterna vida
entre las muertas hojas de estos libros,
del tiempo y la barbarie vencedores,
que ahora vuestra amistad pone en mi mano”


Hecho el oído al endecasílabo, me he atrevido a añadirle tres versos:


“Pues tal me siento yo, hackers amigos
que colgáis en la red cosas tan varias
que no bastan diez vidas para verlas…”


Sólo me queda citar, una última vez, a D. Marcelino y a mi padre:


“Que pena morirme cuando aun me queda tanto por leer”

martes, 11 de enero de 2011

FUNCIONARIOS


Esto del “empleo público” empezó como el caldo de gallina… No, no es que otra vez les transmita mis ganas de fumar. Me refiero a que empezó, como el caldo, con los despojos…


Cada vez que cambiaba el partido en el poder, el triunfador, como un general después de una batalla, repartía el botín –los despojos- en forma de empleos remunerados entre sus incondicionales, pelotas o paisanos. Aparecía, así, un cortejo de cesantes hambrientos que sólo esperaba la vuelta de la tortilla para acceder a tan apreciadas sinecuras.


Galdós en sus “Episodios Nacionales” –“Mendizábal”- retrataba a D. José del Milagro que, en los inicios del régimen liberal, ya había pasado por catorce intendencias y sufrido siete cesantías.
Mesonero Romanos reflejó en sus “Escenas Matritenses” el tipo de cesante en la figura de D. Homobono Quiñones, a quien el “curioso parlante” aconseja una “oposición”, pero no una para ingresar en alguna Administración, sino la “oposición política”, ministerial que pueda ser “sistemática” o “de circunstancias”.


El ejemplo más representativo y definitivo del cesante, el D. Ramón de Villaamil de “Miau”, lo ambienta Galdós en los primeros años del régimen canovista. El apellido no es gratuito: Villaamil, como hay mil en la Villa y Corte y en el resto de villas y ciudades de España.


El sistema de despojos –“spoil system”- acompañó al régimen liberal y su supuesta alternancia política. En España, los intentos de López Ballesteros, todavía en el absolutismo, el Estatuto de Bravo Murillo en 1852 o el Estatuto de O´Donnell en 1866, no sirvieron para arreglar nada. La Restauración, con su turno pacífico, intensificó el despojo, y habrá que esperar a 1918, tras la Revolución rusa y las amenazas de las Juntas de Defensa, imitadas por los funcionarios, para que un gobierno de concentración, presidido por Maura, elimine de hecho la cesantía política, aunque el término no se suprimiría hasta 1954, y aunque, como consecuencia de la guerra civil, el despojo y botín de puestos públicos creciera hasta límites insospechados.


Surgió así el funcionario “de carrera” que se integraba claramente en la burguesía al disponer ya de una propiedad: el puesto “en propiedad”, la carrera…, lo que supuestamente lo hacía inmune a los bandazos políticos.


No obstante, y a pesar de esas buenas intenciones, además del peligro que supone la exclusiva defensa de los intereses de esa clase burocrática, todavía queda el peligro del mal uso político de esos intereses. Así se puede explicar que unos funcionarios, en una reivindicación salarial, amenacen con no ir a los actos electorales del partido que gobierna su institución, o incluso con montar una agrupación electoral de funcionarios agraviados, con la sana y exclusiva intención de hacer la puñeta al político de turno.

martes, 4 de enero de 2011

FUMANDO ESPERO



Tendría yo unos doce años cuando en la calle de la ese, que unía Serrano con la Castellana en Madrid, fumaba mis primeros cigarros: unos “paxton” que Prieto, un compañero de curso, había sustraído hábilmente a su señora madre. También recuerdo, poco después, unos purazos de 30 centímetros que el general Salcedo, padre de otros compañeros de colegio, debía reservar para mejores fines… La calle de la ese ya no existe, fue demolida para hacer el puente que une Juan Bravo con Rubén Darío, por encima de la Castellana, y los puros los he sustituido por mi magnífica colección de pipas de todos los tamaños.


Desde entonces, y a pesar de los tropiezos de mi fementida salud, no he dejado de fumar un solo día de mi vida, ni siquiera en los sótanos de la Dirección General de Seguridad, donde la única amabilidad que se consentían los “grises” de guardia era darte fuego, del que te habían profesionalmente privado en el preceptivo cacheo de recepción; ni siquiera en el doliente lecho hospitalario, donde siempre me las ingenié para burlar la vigilancia de las maternales enfermeras.


No puedo hacer reproches a mi voluntad,


“la voluntad, eso si
mueve montes, seca pontos
no conozco mas que tontos
que tuvieran voluntad”-,


porque tampoco he intentado dejar de fumar ni una sola vez y con ello me he evitado los traumáticos resultados del fracaso.


2011 comienza con la estúpida y descomunal prohibición de fumar en casi cualquier sitio. Habré de volver a esa ya soñada calle de la ese de mis doce años o buscar oscuros y recónditos callejones de esta Zamora de adopción, alejados de parques infantiles, colegios o institutos, donde poder dar rienda suelta a mi pasión por el humo: somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.


Y seguiré fumando a escondidas mientras me afean la conducta unas subnormales supersanas que gastan ochocientos euros mensuales en dietas estrictas para parecerse cada vez más a Belén Esteban. No se crean, que lamento coincidir en esto con el listo de Javier Marías, con el que, por lo demás, no coincido en casi nada.


Y seguiré fumando, aunque se empeñen en que fumar sea un riesgo laboral. ¡riesgo laboral es que no te permitan jubilarte hasta los 67 o más años y que no le dejen a uno morirse de lo que le salga de los santos huevos!